El valor del padre como guía espiritual. (Parte III. El amor)

¿Qué quieren? ¿Iré a ustedes con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?. 1 Corintios 4:21

Mi fortaleza y mi canción es el SEÑOR, y ha sido para mí salvación; éste es mi Dios, y Lo glorificaré, el Dios de mi padre, y Lo ensalzaré. Exodo 15:2

Un hijo no atenderá la disciplina y la instrucción del padre si no está persuadido de su amor. Somos especialistas en demostrar la supremacía del padre a nivel familiar, la hegemonía y el predominio en la jerarquía del hogar. Somos los padres, por lo general, los más fuertes, y en ocasiones lucimos los más débiles. Pero no es lo mismo poder que autoridad. El poder tiende a ser un uso caprichoso y desmedido de la autoridad cuando se ejercita sin amor. El poder es corrupto –incluso en el hogar –cuando se enseñorea movido por conceptos de falsa hombría sobre aquellos seres amados a quienes estamos obligados a servir primero y después liderar.

Dios no nos ha dotado de tal poder para gobernar a los hijos, sino de autoridad en Cristo. Una autoridad revestida de amor. Sin amor no hay gobierno que prevalezca, ni hijo y esposa que se dejen conducir o someter bíblicamente. El hogar continúa siendo el mejor terreno para el ejercicio de la autoridad paternal a la manera de Dios. Los padres cristianos, -yo el primero – tenemos aún mucho que aprender. Debemos dejar atrás el pasado, los recuerdos de nuestros propios padres que nos criaron de prisa, sin amor tal vez, sin brindarnos la atención que merecíamos y el aliento que algún día necesitamos. No podemos seguir escudándonos en los errores de ellos para justificar los nuestros.

Los hijos necesitan de padres que entiendan perfectamente que nacieron de nuevo cuando recibieron a Cristo, que las cosas viejas pasaron y que Cristo lo hace todo nuevo, incluida la paternidad. El amor de Dios es el único modelo de amor paternal en el que podemos confiar. Jeremías nos dejó este mensaje: Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: “Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad” (Jer 31.3).

Los hijos necesitan ser amados y aceptados, que reconozcamos sus valores, que les consolemos y animemos, que les amonestemos sobre la base del amor que hemos heredado de nuestro Padre celestial. Es triste crecer sin el recuerdo de un abrazo de tu padre en momentos en que lo necesitaste; razón suficiente para que no dejes de abrazar a tus hijos cada vez que tengas oportunidad, no importa la edad. Los hijos, cualquiera sea su condición, anhelan el abrazo de un padre. Pablo le decía a los tesalonicenses: “Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria”. (1 Ts 2.10-12).

Animarlos, consolarlos y exhortarlos a llevar una vida digna delante de Dios, una vida que sea digna del evangelio de Jesucristo, pero sobre la base del amor incondicional. La mayor causa de la exasperación e ira de los hijos se debe a nuestra falta de amor. Medite un poco al respecto y comprobará que es así. Estamos tan inmersos en nuestro propio mundo –aun sirviendo a Dios – que no reparamos lo suficiente en que nuestros hijos demandan y necesitan desesperadamente el amor de padre. El avivamiento del amor debe comenzar por el hogar. Hoy puede ser un gran día para su hijo(a). Acérquese y abrácele y Ud. mismo sentirá también el abrazo de Dios.

El hogar cristiano donde reina el abrazo se impregna de amor y los hijos lo agradecerán, se sentirán seguros, felices y privilegiados. El hijo pródigo de la Biblia tal vez no imagino la bienvenida amorosa que brotó del corazón de su padre cuando le vio regresar desde lejos: “Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó”. (Lc 15.20 NVI). Ese abrazo lo cambió todo. ¡Atención!, también hay hijos pródigos en nuestras propias casas que necesitan un simple abrazo y un sentido beso para sentirse amados, aceptados, perdonados. ¿Acaso nos ve Dios diferente a como vemos a nuestros hijos? En ocasiones los padres nos convertimos en hijos pródigos y necesitamos el abrazo renovador de nuestro Padre celestial.

Cultivemos el amor en nuestros hijos y así acatarán la disciplina y permitirán con gozo nuestra instrucción de padres cristianos. Que puedan decir un día: “Mi fortaleza y mi canción es el Señor…éste es mi Dios,… el Dios de mi padre, y lo alabaré”. (Ex 15.2).

¡Dios te bendiga!

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *